Reconocemos en el aprendiz, en el alumno o profesor (da igual) a aquella persona capaz de internarse en esa gran aventura que es el Conocimiento.

Cierto que esa aventura debe ser dirigida, pero dirigida por alguien capaz de dar respuestas o capaz de proponer situaciones que vayan de acuerdo al nivel evolutivo de quien aprende y quiere aprender.

Se hace necesario que tanto el llamado profesor como el llamado alumno sean capaces de descubrir la línea que les une y que aprendan a observar, a intuir, a recibir cuanto se les va a comunicar.

Debería haber en el mundo de las actividades de combate portadores de un Conocimiento y un Saber, a la vez que grandes transmisores de ese Conocimiento.

Puede que entonces nos demos cuenta de que nos encontramos con un gran pedagogo que es capaz de conciliar sus experiencias con la inquietud que nos guía  sin que su mano sea protagonista, y que conserve el anonimato frente a las evoluciones de quien recibe el conocimiento. Entonces nos daremos cuenta de que quien más aprende probablemente no sea quien consideramos Alumno, sino quien calladamente ayuda al Alumno.

No se trata de enseñar, si no de evolucionar y mostrar, compartir y vivir las capacidades e todos con un objetivo común. Entonces profesor y alumno serán partes de la misma cadena que no concluirá nunca  por que se descubrirá que todos, absolutamente todos tenemos algo que aprender.

Quien quiera enseñar que primero aprenda y no se preocupe por ser profesor, sino por aprender más.

Dedicado a quienes denominamos alumnos, por que sin sus experiencias y su ilusión sería imposible evolucionar, sería imposible aprender.

El aprendiz